miércoles, 9 de junio de 2010

IV EL RAPTO

"...El rojo sol de un sueño, en el oriente asoma. Luz en sueños. ¿No tiemblas, amante peregrino?...Cuando el primer aroma exhalen los jazmines, y cuando mas palpite las rosas del amor, una mañana de oro que alumbre los jardines, ¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?...
Leer a Machado, sus poemas, daba impulso a su decisión. Antes de la aurora, antes de que los luceros se extinguieran, antes incluso del rocío, la estaba esperando al abrigo de la ultima piedra encalada. Allí donde acaba el descanso y empieza el sudor del tajo, como reo escapado, la estaba ansiando.
-Fluye, fluye como el agua calma y corre, corre como el torrente hacia donde te espero al alba- le había dicho.


Los compases de Morfeo, sus trompetas, la recordaban que los que allí dormían tenían sus propios sueños. El suyo, lo quería tener despierta. Miedo, pena, angustia, todo lo borraba el anhelo de ser amada. Su padre no la entendía, solo el hambre le preocupaba.
La tenue luz de un cuarto menguante que se acaba, pintaba de gris marengo sus siluetas. Una sombra, quieta, la otra, errante. La seguridad de un abrazo furtivo, las pesquisas de unos ojos cerciorándose de estar solos, las curtidas manos que se enlazan, los pies haciendo de ojos, culminaron el encuentro. Al este la sierra, Cazorla.- ¡Apresúrate, niña!-le susurró- Que a donde vamos, nadie juzgará nuestro deseo.

- ¡Ay José Miguel!. No me preocupan ya los juicios, solo mi padre cuando despierte. Llévame en volandas, que mi decisión no se quiebre. Que no se lo que me espera, que el pasado lo dejo roto, que el futuro has de ser tú.

El rojo del alba, desperezaba a la casa. El anaranjado, los ponía en marcha, el cristalino del agua y el azul del cielo, se llevaban sus legañas. Otra jornada más de desasosiego empezaba para Juan Manuel. La masa creciente de compañeros sin trabajo, le angustiaba. Primero habían sido las sequía y las heladas, las que mataron una buena cosecha de aceitunas, ahora las mismas asesinas prometían repetir con las cosechas de verano. Suerte el hacer de peón caminero.
- Francisquilla, despierta hija, que solo quedas tú.- la arreciaba, esperando su llegada.- ¡Francisquilla! ¡Francisquilla!. ¡ ¿Dónde está la niña?!¡¿ Dónde estás?!.-gritaba con desasosiego.
Hoz en mano, con el presentimiento de lo ocurrido y los ojos anegados de ira, recorrió el cortijo. Todos lo miraban, callando. Callaban por temor a la locura, que es a lo que más temen los hombres después del hambre, por ser el apellido de esta.
- Antes del alba, a la hora en que los viejos rompemos el sueño para empezar a mear, los galgos ladraban en la noche y a la luna no sería, que andaba tan fina como el filo de esa hoz que ahora mismo has de bajar- le increpó Tomas, el más anciano del lugar- El pelirrojo, bien sabes tú ya, se la ha llevao, que los moros además de la Alhambra, nos dejaros otros usos. Bien raptaste tu a la madre de tus hijos, que los pobres no nos andamos con bodas de las que dan pernada al señorito. Cuando pasen los tres días, cuando bajen de la sierra, dales cobijo y no espanto. Que lo que haya unido la sierra, no lo separemos los hombres.
Los pies derrotados, vistiendo las polvorosas alpargatas, dieron media vuelta. La garganta muda, le gritaba una sed insaciable de vino. Juan Manuel ahogó en la taberna los tres siguientes días.

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