"El hombre, dado que vive en sociedad no tiene en manera alguna derecho a ser egoísta...creerse el individuo, centro de todo lo creado para usar y abusar de ello en exclusivo provecho...si llegara a erigirse en ley humana, convertiría al hombre en un ser abominable y brutal, y transformaría el mundo en una guarida de fieras..."*
Recuperada la alegría, Francisca, ya no andaba tan preocupada por las reuniones de su hombre. Los ardores estivales, amainaban después de las tormentas de agosto. El sol, había dejado de insistir en madrugar tanto y, perezoso, se ocultaba antes.
La flor del olivo, había dejado paso a lo que en unos meses serían aceitunas. Los olivos, con la retorcida forma de sus cuerpos, parecían implorar al cielo el agua justa, el frío justo, la ausencia de granizo...Cuajaditos de diminutos frutos, después de dos temporadas tacañeando su centenario esfuerzo, aullaban a los cuatro vientos su mensaje de abundancia para el invierno.
Era un buen presagio, cuando las ramas ordeñadas estuvieran desnudas de fruto, él nacería y ella podría dedicarle unos días, después de tanto esfuerzo. Ya se soñaba, machacando aceituna. El ritmo que imprimiera con la piedra, arrullaría el sueño de su hijo.
Este es el momento- argumentó José Miguel- Si no ocurre un desastre, la temporada irá bien. Si esperamos a reivindicar más salario, cuando la aceituna este en el molino, no nos lo darán. ¡Presionemos ahora!. Necesitan nuestros brazos, de esa forma si lo conseguimos, para la próxima cosecha argumentando el aumento de aceite de esta, podremos reivindicar una subida más. Estamos en nuestro derecho.
¿Qué pasará si se niegan?- preguntó Isidro, con quien había compartido eternas jornadas de trabajo desde que marcharon de Iznalloz- No quisiera tener que volver a marchar en busca de sustento a otro lugar, estoy bien aquí.
Eso no pasará. la cosecha será buena en toda la provincia, y en Granada también. Málaga ya esta buscando manos. Córdoba compite por llevarse las nuestras. Todos necesitan hacer una buena temporada.-le tranquilizo José Miguel.
El vino, responsable de no guardar secretos, les llevaba enchidos de valor a las calles, reclamando. Sus cascadas voces retumbaban por las callejas.
-En este nuestro pueblo, fuimos de los primeros en echar al moro. No van a venir cuatro muertos de hambre a romper el orden.- Se envalentonaba Don Antonio-.
Es cierto que se exaltan con facilidad, después de que el sol les caliente la sesera, y el vino les de coraje.- replicaba Don Miguel, el párroco.- Pero no es menos cierto, que aún siendo el perro el mejor amigo del hombre, si su amo lo abandona, se asalvaja y uniéndose a otros en jauría, le atemorizan en la sierra cual lobos. Un trozo de pan, un balde de agua y una caricia en el lomo, lo hacen fiel y aunque reciba un palo en la espalda y aulle de dolor, luego vuelve a defender la casa de su amo. A estos hombres les falta un poco más de pan y un balde de agua un poco más fresca, entonces y solo entonces, por más que se hable de revolución, seguirán defendiendo la casa del amo. No es momento de andar dándoles miedo con los infiernos, muchos ya han estado allí. El gobierno da alas a su ateísmo. Cada vez son menos el domingo, y desde mi posición no puedo llegar con el mensaje del Señor a sus cabezas.
¡Los defiende usted, padre!- se ofendió Don Antonio- No ve, que a la que no cierre bien las puertas de la iglesia, cualquier día se le cuelan y arden usted y el altar como teas.
En Madrid ya se habla de regular los dineros, que han de percibir los jornaleros- informó Don Fernando- Yo soy de la opinión, de que si se ha de dar un poco más de pan y un balde con agua mas fresca, seamos de los primeros en darlo y ganarnos la confianza.
¡Se nos subirán a las barbas! -defendía, encendido de ira Don Antonio.-¡Nos las arrancaran a jirones, a penas tengan la ocasión.!
El orgullo de Don Antonio , movido por el brío de sus pasos, se arremolinó acompañándolo. Cuando llegó allí donde la Nieves, descargó sobre ella la impotencia. Lo que alguna vez fueron caricias, aquel día fueron golpes, violentos envites contra un cuerpo de trapo, incapaz de respuesta alguna. No había defensa para ella, la pobre Nieves, la que perdió el marido antes de tenerlo. La que el dolor en los huesos le impedía trabajar. La que aprendió que los hombres se perdían entre sus piernas. La que no podía pedir aumento de salario, solo pedir que ningún mal aborto la dejará muerta en cualquier cuneta, dejando su frágil cuerpo a merced de los perros salvajes.
* Extraído del articulo " Que la República siente escuela de civismo", publicado el 17 de Septiembre de 1932 en " El Radical"
sábado, 26 de junio de 2010
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