"...Cerca del agua te quiero tener,porque te aliente su vivido ser. Cerca del agua te quiero sentir, porque la espuma te enseñe a reír. Cerca del agua te quiero, mujer,ver, abarcar,fecundar, conocer..."*
Las primeras luces limpias de la mañana, luces de Mayo, las recibieron ya lejos de Peal. Ni un solo instante habían separado sus manos. Ni los matojos secos que empuja el viento de septiembre, corren tan ligeros, como ahora lo hacían sus pies.
Ya en la aldea de Tiscar, sintiéndose seguros, pararon a comer un poco de pan blanco y otro poco de chorizo, que José Miguel se había procurado la noche anterior. Ella puso aceitunas, la torta con anises y las sonrisas nerviosas. La fuente de los tres caños puso el agua y el camino les regaló los tomates de algún huerto. Terminado el banquete de sus nupcias, la Cueva del Agua les esperaba.
Francisquilla, durante el camino se prometió a si misma y a la virgen, volver allí algún día en peregrinación y descalza para agradecer ese amor que sentía. Ella no sabía que tardaría más de cuarenta años en cumplirlo, pero lo cumpliría.
- Tengo miedo José Miguel, este camino es muy escarpado, me da que se va a parecer a nuestras vidas- se lamentó ella cuando bajaban a la cueva.
- Ni tú ni yo somos cobardes, niña, y si la vida nos ha de ser escarpada, nos tendremos el uno al otro para llevarla- la tranquilizó él.
Allí, cerca de la cascada, decidieron pasar su primera noche. Allí despojaron sus cuerpos del deseo reprimido. Allí se hizo mujer Francisca. Allí aparcaron las palabras, para convertirlas en jadeos y susurros. Allí no estaban las mismas manos que vareaban o peinaban la aceituna, allí estaban las que se arman con caricias. Allí el calor de sus cuerpos. no notó el frío de las noches de Mayo. Y fue allí probablemente, donde dejaron de ser dos para empezar a ser tres. Después de aquella primera noche vendrían muchas, pero arropados por las estrellas de la sierra y acunados con la nana del agua, solo pasaron una más.
Al tercer día de su huida, debían regresar. Esa era la costumbre. Pasado ese tiempo, todos sabían que la muchacha volvería con el moño revuelto, " despeina", con adornos de hierba seca entre sus cabellos; y eso no se podía volver atrás.
* Poema de Miguel Hernández.
jueves, 10 de junio de 2010
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